El ritual improvisado de John y Mía era parte de la pasión de sus días.
La mañana de aquel trágico accidente…
Como cada mañana John y Mía subieron al tren en Santa Bárbara en el mismo vagón de siempre, era su momento preferido cada despertar.
A pesar de que a Mía la gustaba juguetear en la cama, hacerse la perezosa para no escapar de ella y seguir allí con John.
Enredados con sus cuerpos desnudos un par de horas más, una apuesta era una apuesta y había que salir de casa. El ritual improvisado de John y Mía
Les encantaba retarse, de ese modo, cada día nunca era igual al anterior.
Siempre tenían una idea para que, a pesar de las obligaciones diarias, la vida siguiese siendo un juego y la llama de su amor siempre estuviese ardiendo con la pasión de ambos.
John le apostó a Mía que la haría sonrojarse cada día de su existencia en aquella cafetería del centro donde quedaron por primera vez.
Él arriesgó sin miedo y le dijo a su dama que, si algún día conseguía no sonrojarla, se alejaría de ella.
Prometió hacerla feliz cada segundo de su existencia. El ritual improvisado de John y Mía.
Día tras día después de siete años mantenían ese perturbado juego.
Cada mañana al despertar Mía a pesar de su pereza por el madrugón, mientras se arreglaba se ponía nerviosa solo de pensar cómo podría sorprenderla su varón ese día.
Era un buen modo de empezar el día sin duda.
Después cada uno tomaba sus respectivos caminos para ir a trabajar hasta que al caer el sol, ellos volvían a verse de nuevo en su nidito de amor.
Todo el trayecto del tren de camino a la cafetería Mía hacía preguntas a John para intentar adivinar cómo iba a conseguir sonrojarla ese día.
El muy puto nunca la daba ni una pista que a ella le diese pie a pensar cómo lo iba a hacer. El ritual improvisado de John y Mía
Mía vivía intrigada día tras día e ilusionada gracias a John.
Cada vez que montaban en aquel vagón de tren a la misma hora de siempre empezaba el juego.
Ambos sentían que no existía en el mundo nadie más alrededor que ellos dos.
Nunca supieron quiénes eran los figurantes de su escena diaria en aquel tren.
Ese día al despertar Mía tuvo una sensación inusual, es como si la jodia se oliese algo extraño e intentó quitarle importancia a ese malestar por intuición y no dijo nada a John.
John no titubeaba ni por un segundo en saber que de nuevo Mía se volvería a sonrojar aquella mañana.
Conocía cada centímetro de su cuerpo y más allá de eso conocía cada sentimiento de su alma, cada uno de sus pensamientos sin que ella pronunciase palabra.
A veces no era necesario hablar, podían estar en un mismo lugar tan sólo besándose como un par de quinceañeros hormonados. Sin perder esas ganas por devorarse con ansia.
Él improvisaba cada día, no llevaba nada preparado a la cafetería.
Su inspiración venía al sentarse en aquella mesa que tenían reservada desde hace siete años y mirar a su amada. El ritual improvisado de John y Mía.
Cada día un detalle, cada día una sorpresa, cada día una ilusión diferente, ardiente, romántica e inesperada.
Este par de locos amantes traían en vilo a todo el personal de la cafetería que después de tantos años conocían el juego a la perfección.
Para John y Mía las personas que les rodeaban solo formaban parte del espectáculo en un segundo plano.
Vivían en una burbuja constante. Su máxima atención solo era para el otro mientras ambos compartían su tiempo.
Los problemas laborales se dejaban antes de entrar en casa, el estrés si John no conseguía el bolo acordado o le intentaban engañar en alguna negociación.
El uno para el otro de un modo incondicional como no se había visto jamás.
Aquella mañana en la cafetería John olía a kilómetros que a su amada algo la desconcertaba, conocía cada uno de sus movimientos perfectamente.
Por un momento él llegó a pensar que el comisario les había encontrado y Mía no sabía cómo darle aquella noticia.
En su relación podemos decir que no todo fue de color de rosa.
Mía se despertaba muchas noches sudando con sus pesadillas pasadas y a pesar de que él intentaba calmarla para que volviese a dormir, era algo que sólo podía resolver ella misma.
Cuando ambos empezaron a verse a diario Mía le contó a John su más preciado secreto.
Ella no siempre había vivido en los Ángeles, se mudó allí para huir de su pasado en España y poder ser libre, nadie de su familia conocía su verdadero paradero.
Gracias a un viejo amigo consiguió documentación falsa para vivir y trabajar allí sin levantar ninguna sospecha.
Su nombre era real pero no los apellidos que aparecían en su documentación.
Un coronel de la Guardia Civil se obsesionó con ella.
Mantenían una relación esporádica pero poco a poco él quiso que Mía tan solo fuese para él y enloqueció con aquella idea.
La familia de Mía a pesar de entender su locura transitoria colaboró con este coronel para ayudarle a conquistar el corazón de la joven damisela.
No entendían que Mía nació para ser un alma libre, no podía mantener un papel de mujer sumisa como se esperaba de ella.
La estabilidad de un hogar, ese manual con el que sin querer muchas mujeres tienen debajo del brazo al nacer.
Los sueños de Mía iban más allá de lo que dictaba la sociedad.
Escapó de España, y no fue fácil para ella irse sin mirar atrás y dejar todo lo que había construido en su vida por el precio de esa dulce libertad, de no hacer lo que se esperaba de ella.
Nunca volvió a su hogar, llamaba de vez en cuando a sus familiares desde su teléfono de prepago español para saber que todo iba bien con ellos, pero no tenía esa necesidad de verlos, de compartir su tiempo con ellos.
Por supuesto que los quería, pero no tenía ese apego emocional que nos inculcan cuando nacemos.
Ella necesitaba experimentar su vida, tener sus propias normas, sus propios pensamientos sin la influencia de todos aquellos comportamientos heredados que adoptamos por imitación inconsciente de lo que nos rodea.
Mía necesitaba escribir su propia historia, ser la protagonista de sus decisiones.
Nunca nadie de su entorno supo donde se encontraba, el coronel de la guardia civil enloqueció por completo con aquella idea.
Alarmó a cada comisaría de España, pensando que podía esconderse en cualquier ciudad.
Él conocía tan poco a Mía, que nunca pensó que ella podría haber salido de la península para empezar su aventura soñada.
Cogió una mochila, un par de fotografías de su niñez y se marchó hacia los Ángeles para comenzar su aventura.
Para ella el amor por sus seres queridos iba más allá de compartir su tiempo con ellos, los amaba a pesar de sus defectos, pero no los necesitaba en su día a día.
Algo difícil de comprender en nuestra sociedad actual, pero así era Mía, no necesitaba ser entendida, solo respetada.
Ya en la cafetería John no dejaba de mirar a su amada, algo desconcertado por los gestos de su cara.
Ella sonreía inocentemente, pero algo tenía en su alocada mente y él lo sabía. El ritual improvisado de John y Mía.
Mía no era esa clase de mujer que necesita que la pregunten constantemente que la pasaba, en esos momentos ella solo necesitaba espacio y él la daba la mano para que no olvidase que él estaba allí si la necesitaba, pero no la iba a presionar porque conocía a la perfección cómo funcionaba su amada.
Ella precisaba resolver sus propias preocupaciones, alejarse en algunos momentos del mundo y volver con más fuerza una vez había superado sus tormentos, sin necesitar ayuda ni atención.
Mía estaba inquieta, la muy cabrona era pura expresión y no era capaz de ocultar su malestar a pesar de su sonrisa inocente y traviesa a la par. La dualidad de sus extremos sentimientos.
Niña, pero mujer, alegre, pero con una triste historia tras sus espaldas, luz y oscuridad, noche y día, calma y tormento, un alma libre, pero amando como si nunca hubiera sabido lo que es el amor cada vez que miraba a su querido John.
Los cafés en la mesa reservada, el personal de la cafetería atenta a estos dos locos amantes, el sonido de la lluvia en la calle retumbando tras los cristales. El ritual improvisado de John y Mía.
John cogió a Mía de la mano y la arrastró hacia la calle.
La dijo que cantase alto y expulsase todo aquello que la perturbaba, como si nadie la estuviese mirando. Ella miró a su marido, se sonrojó una vez más. Empezó a cantar fuerte y muy alto él la abrazaba y bailaba con ella mientras la lluvia caía por sus cuerpos unidos mientras danzaban.


Todo el personal de la cafetería y los clientes estaban con sus caras pegadas tras el cristal observando el espectáculo, al finalizar, todos aplaudieron porque un día más John había conseguido sonrojar a su amada.
Entraron de nuevo a la cafetería empapados y Mía con un brillo en la mirada que era capaz de deslumbrar a cualquiera tan solo con mirarla.
Le susurró a John que tan solo tenía una mala sensación, pero que esa noche lo celebrarían en casa en su instante multicolor, donde las botellas de vino blanco y el descontrol reinaba cada rincón de su nidito de amor.
Muchos de vosotros ya sabéis lo que ocurrió después y para todos aquellos que no lo sepan aquí podréis descubrirlo: Su mente repetía fóllame cabrón.
Continuará….
-Sara J Pajares-
#Locapormitutú
*Esta historia original pertenece a ESCRIBO A BALAZOS.
Hasta que decidí dar un giro a la historia original y continuarla ya que la mujer de John no merecía morir o al menos, no de ese modo.
Desde Loca por mi tutú siempre seré fan de sus relatos, de la chulería y la seguridad de sus palabras…
Capítulo 1; John visita a la luthier
Capítulo 2; Su mente repetía ¡Folláme cabrón!
Capítulo 3; Ella y él, vida por vida unidos en un sentimiento.
Capítulo 4; La melancolía del recordar
Capítulo 5; Carta a carta a John
Capítulo 6; La consciencia de John ardía.
Capítulo 7; Rachel y los secretos del ascensor
Capítulo 8; El vagón business de camino a los Ángeles
Capítulo 9; Desnudando a Mía
Capítulo 10; La esperanza de Rachel sobre el amor
¡Hola!
Confieso que hacía tiempo que no leía nada de estos dos tortolitos, y aunque es una historia con la que siempre nos sorprendes (para bien), hoy me he quedado con una sensación rara, aunque positiva.
Me explico. Me ha encantado conocer ese ritual entre John y Mía, pero es que.. ¡me he quedado con unas ganas locas de saber más sobre el pasado de Mía en España! Aunque nos hayas contado algo, admito que me he quedado con ganas de más.
Besotes
Pronto habrá más Carolina sobre esta historia. 🙂