Nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes, que gran verdad.
Siempre he considerado que valoro cada instante como si el tiempo se fuese a agotar.
Saboreo cada experiencia como se mordisquean los primeros besos que no sabemos si serán los últimos o llegaran más.
Como cuando bailas tu canción favorita como si nadie fuese a mirar, y si lo hacen, realmente te da igual porque lo que más te importa es disfrutar.
Hace más de un año que nos robaron lo más importante que tenemos; nuestro tiempo y libertad.
Una pandemia ocupó nuestros días y todas las noticias. Se llenaron hasta el colapso los hospitales, las funerarias, las colas del paro y del hambre.
Perdimos a nuestros seres queridos sin poder darles una digna despedida, sin poder asumir que su vida se acabó.
Se fueron muchos de aquellos valientes que lucharon con uñas y dientes por hacer de este mundo un lugar mejor. Se tuvieron que ir por la puerta de atrás, sin un funeral digno, entre ataúdes amontonados y cenizas enviadas a domicilio.
La economía se derrumbó y con ello millones de puestos de trabajo. La desesperación, la frustración y la incertidumbre es nuestro pan de cada día.
Nos han convertido en marionetas de la clase política, sujetos a normas absurdas que ellos no se aplican.
Más que nunca estamos en manos de mamarrachos a los que no les importa cuantas vidas hemos perdido, nuestra salud, nuestra economía o nuestra felicidad.
Nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes.
¿Recuerdas aquellos tiempos dónde podías salir a pasear sin una mascarilla que te cortase la respiración?
Aquellos tiempos en los que visitabas a tus abuelos o padres y siempre te recibían con una sonrisa al verte llegar. Esos instantes que te llenaban de vida e inmensa felicidad.
Aquel concierto que te hacía saltar, vibrar y sentir una emoción desmesurada que te recorría cada centímetro de tu piel, mientras la música sonaba sin cesar.
El vermú de a medio día que en muchas ocasiones acaba en casi un amanecer porque el tiempo volaba entre brindis, risas y anécdotas por contar. Meterse en aquel bar, a pesar de estar a reventar porque las aglomeraciones eran nuestra maravillosa realidad.
Abrazar a desconocidos que posiblemente las lagunas del día posterior te hiciesen olvidar.
Los nervios de preparar la maleta, llenarla de todos aquellos por si acaso que nunca hacían falta en verdad.
Descubrir ciudades nuevas, recorrer cada uno de sus rincones sin mapas, solo por el gusto y la pasión de improvisar.
Miles de planes que quizá rechazabas algún que otro fin de semana por el placer de estar en pijama en casa sin hacer absolutamente nada.
Ahora vivimos en jaulas de cristal, sin esa chispa de emoción por no saber cuando será el final de esta pesadilla que nos ha arruinado los días y la pasión de vivir como si no existiese un mañana.
Viviendo a medio gas, con la suerte de vernos desde la distancia pero sin acercarnos demasiado, sin besos sonoros, abrazos que te dejan sin respiración o ver aquellas sonrisas contagiosas, que ahora se esconden tras un cacho de tela decorado.
Nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes, quizá todo esto haga que las personas valoren todos aquellos momentos mágicos, quizá cuando todo esto pase, siguen sin ser capaces de llegarlo a valorar.
Vivimos de recuerdos fugaces, de recordar aquella dulce y simple libertad.
Cuando tengas la oportunidad, hazle el amor con fuerza a la vida, no dejes nada para después porque de un momento a otro esto se puede acabar.
Todos los sueños que tenías se pueden marchitar de la noche a la mañana, todo aquello que te hacía sentirte vivo de repente puede desaparecer porque no depende de ti estas circunstancias y de quién realmente depende, no está dispuesto a hacer nada porque les interesa que vivamos sin ganas.
No te guardes ni un te quiero en el cajón, no dejes nada para mañana. Valora cada instante que se te presente y a pesar de todo esto que estamos viviendo, intenta disfrutar.
La vida es mucho más que vivir tumbado en un sofá, viendo las horas pasar.
Hibernamos porque no tuvimos más remedio, pero la primavera llegó y aunque las ganas parezcan atropelladas, florecer de nuevo es inevitable cuando se produce el deshielo y la luz prevalece ante tanta oscuridad.
Nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes, valora cada oportunidad que se te presente de disfrutar y no la dejes escapar.
-Sara J Pajares-
Descubre más desde Sara J Pajares
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.